miércoles, 15 de febrero de 2012

EL ACCIDENTE DE ZUMAYA

El 15 de febrero de 1941 un violento huracán derribó un tren a su paso por el puente sobre el río Urola en Zumaya. En la imagen se aprecia la locomotora, descarrilada, y los coches volcados sobre la ría y el terraplén.
 
Un día como hoy, pero en el año 1941, un violento huracán, que en aquel mismo momento estaba atizando un incendio que destruyó buena parte del casco urbano de Santander, provocó uno de los accidentes más trágicos en la historia de los ferrocarriles del País Vasco. Un tren de viajeros de la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados, que circulaba con retraso precisamente por haber esperado el enlace con el procedente de la capital cántabra en la estación de Ariz, circulaba sobre el puente metálico existente sobre el río Urola en Zumaya cuando la caída de un árbol sobre la catenaria lo detuvo. Poco después, una violenta ráfaga de aire volcó toda la composición y el furgón quedó colgando del enganche de la locomotora, los tres primeros coches cayeron a las turbulentas aguas de la ría, los dos siguientes a la vía del ferrocarril del Urola que accedía al puerto de Zumaya y, los cuatro últimos, quedaron volcados sobre el terraplén de acceso al viaducto. Solamente la locomotora, más pesada que los coches, permaneció, aunque descarrilada, sobre la vía.


Tres días más tarde, la prensa donostiarra relataba el suceso en los siguientes términos:


LA VIOLENCIA DEL HURACÁN VUELCA EL TREN DE BILBAO
CUYOS VAGONES CAEN AL RÍO DESDE EL PUENTE DE ZUMAYA


A nuestra redacción se hicieron en la madrugada del domingo llamadas telefónicas por algunas personas de la ciudad que esperaban la llegada de parientes en el tren de Bilbao que debía haber llegado a las nueve de la noche. Estábamos incomunicados telefónicamente con la provincia; en la estación de Amara no había noticias y nada pudimos concretar aunque mucho nos temíamos hubiera ocurrido algún accidente, considerando el horroroso ciclón que se había desencadenado.


En efecto, cerca de las seis de la mañana llegó al Gobierno civil un propio enviado por la Alcaldía de Zumaya, con una carta en la cual se daba cuenta de la importante desgracia. El señor Caballero organizó inmediatamente servicios de socorro y asistencia, ordenando su marcha a Zumaya; y él mismo, con el inspector provincial de Sanidad, salía a las seis y media de la mañana para el lugar del siniestro. Sucesivamente fueron saliendo desde aquí los médicos, enfermeras y religiosas de la Cruz Roja; el equipo quirúrgico del capitán señor Cárdenas y las ambulancias de la inspección provincial de Sanidad, militares y municipal de San Sebastián, y ómnibus y autobuses particulares que el gobernador civil movilizó en los primeros momentos.


Pudimos hablar con una señorita de Zarauz que milagrosamente había logrado salvarse, sufriendo sólo fuertes magullamientos. Nos dijo que al pasar por Zumaya, donde ella montó, el tren traía ya tres horas de retraso. En este momento, la intensidad del huracán era realmente impresionante. El tren, por las pérdidas de energía eléctrica a causa del temporalazo, y venciendo la resistencia del ciclón, avanzaba con lentitud. Al llegar al segundo tercio del puente de San Miguel de Artadi, sobre el río y la línea del Urola, sufrió una fuerte sacudida, a resultas de la cual el motor debió quedar desenganchado del resto del convoy.


Arreciaba el aire, en oleadas de miedo, que hacían bambolearse a babor y estribor a los vagones. El huracán arrancaba de cuajo portezuelas; maletas y equipajes caían, y los viajeros del vagón en que iba ella decidieron echarse al suelo; pero en vista de que el coche continuaba dando bandazos, optaron por instalarse a derecha e izquierda, buscando el equilibrio. Todo inútil: el vagón era un juguete del viento, produciéndose un estrépito ensordecedor. Llegó lo temido: una de las oleadas derribó el furgón, inmediato a la locomotora, y con él cayeron al río otros dos vagones, quedando las cinco unidades restantes sobre el terraplén, alguna en posición increíble, contenida por un simple árbol.


El vagón al caer dio tres vueltas de campana; y ya nuestra informante perdió el conocimiento a causa de los golpes. Al recobrarlo -¿cuánto tiempo pasó?- se encontró sentada, entre escombros, en incesante golpeteo de piedras y árboles sobre el coche y a intervalos fortísimos chispazos producidos por contactos de cables, que hacían el cuadro más macabro. Empezó a oír lamentos y quejidos de dolor y poco después vinieron a salvarles. Tres de las personas que iban en el departamento con la señorita han muerto.


Animosa, aunque dolorida por los golpes, la dejamos en la clínica, dispuesta a ser reconocida por el doctor Zuriarrain. “Ya puedo dar gracias a Dios –nos dice– que ayer volvió a darme la vida.


Un niño de una familia de Guernica que vive desde hace poco tiempo en Zarauz, fue protagonista del siguiente caso milagroso. Antes de que ocurriera la catástrofe, un ramalazo del huracán le arrancó de la plataforma, arrojándole a la ría y quedando metido en el fango hasta medio cuerpo, sin poder salir a pesar de sus desesperados esfuerzos. Momentos después los vagones caían cerca de él y a causa de la presión que ellos produjeron el afortunado chaval se vio desprendido de sus ligaduras de fango y despedido más de ocho metros de distancia, quedando a salvo totalmente.


El maquinista del tren nos ha dado la siguiente referencia de cómo se produjo el accidente. El convoy arrancó con toda normalidad de la estación de Zumaya, sin que notáramos nada extraño hasta llegar a la mitad del puente sobre el Urola. En este momento, un fuerte golpe de viento arrancó los troles de la locomotora produciéndose terribles chispazos que conmovieron a todo el tren. La máquina quedó descarrilada sin que cayera al río. Con un estrépito formidable se rompieron los enganches que la unían a las demás unidades, las cuales fueron precipitándose en el río y a lo largo del terraplén, comenzando por el furgón delantero que, junto con un coche de primera y otro de tercera, quedaron medio sumergidos en la ría.


El maquinista trató de salir de la cabina de control, pero se vio imposibilitado de conseguirlo y estuvo apunto de ser arrastrado por el viento. En vista de ello se quedó obligado a esperar en su puesto a que cesara el vendaval sin poder, por tanto, cooperar a los trabajos de auxilio a las víctimas.


El balance final del trágico accidente fue de 22 muertos y 54 heridos graves. La mayoría de los cadáveres pudieron ser recuperados de inmediato en el río o en el interior de los coches, pero el cuerpo de jefe de tren, Agustín Azcona, no apareció hasta el 22 de abril de 1941, cuando fue encontrado en la playa de Santons, en las Landas francesas. Posteriores investigaciones establecieron que la velocidad de la ráfaga del viento que volcó el tren fue, al menos, superior a los 180 kilómetros por hora.


Este trágico accidente ha quedado grabado en la memoria histórica de este ferrocarril y, de hecho, cuando las previsiones climatológicas pronostican episodios especialmente adversos, como la ciclogénesis explosiva que asoló el País Vasco a finales de febrero de 2010, EuskoTren suspende la circulación de trenes sobre este viaducto.
Primer plano de dos de los coches volcados por el huracán. Sobre el viaducto, el tren de socorro compuesto por una locomotora de vapor y un furgón.

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