viernes, 23 de marzo de 2012

PROFECÍAS


La invención del ferrocarril trajo consigo algo verdaderamente cotidiano en la actualidad, pero que, a principios del siglo XIX, resultaba totalmente revolucionario: la movilidad. Por primera vez en la historia, el hombre disponía de un medio de transporte que, gracias a su notable velocidad (los primeros trenes ya circulaban a la entonces sorprendente velocidad de 50 km/h), permitió superar los estrechos horizontes vitales de nuestros antepasados.

Sin embargo, el nuevo concepto de velocidad no fue siempre bien recibido. Conocida es la enemistad de los carlistas que veían en el ferrocarril un medio con el que el gobierno podía movilizar rápidamente sus tropas con el fin de sofocar cualquier levantamiento. Así surgió en Navarra la leyenda del «sacamantecas», difundida desde los púlpitos por curas de abiertas tendencias tradicionalistas, quienes afirmaban que las compañías ferroviarias habían contratado los servicios de tan siniestro personaje para fabricar con las mantecas de los tiernos infantes los finos aceites lubricantes que, según decían, precisaban para el engrase de los delicados mecanismos de las humeantes locomotoras de vapor.

A principios del siglo XIX, las teorías sobre los supuestos peligros del ferrocarril, asociadas a su principal novedad, la velocidad, no solo fueron difundidas entre las clases populares, en aquella época mayoritariamente analfabetas, sino también por algunas de las cabezas mejor amuebladas de Europa, como es el caso del intelectual francés François Arago.

François Arago (1786-1853) fue un eminente matemático, físico, astrónomo y político francés. Entre sus investigaciones se encuentra la realizada junto a Gay-Lussac, al confirmar experimentalmente la teoría ondulatoria de la luz. Asimismo descubrió los fenómenos relativos al magnetismo rotatorio de la tierra y su relación con las auroras boreales. Con Fresnel, descubrió las leyes de la polarización cromática de la luz, y con la colaboración de Biot, logró medir el arco terrestre, contribuyendo al desarrollo del sistema métrico. Además supo compaginar su trabajo científico con una brillante carrera política, tras tomar parte en la revolución de 1830. Posteriormente fue elegido diputado por el ala de extrema izquierda, en representación de Perpignan. Tras la revolución de 1848, recibió el nombramiento de ministro de Guerra y Marina, aunque renunció al cargo tras el golpe de estado de Napoleón III.

Y, sin embargo, una personalidad de la talla de Arago, no fue capaz de entender los nuevos horizontes que la velocidad ferroviaria abría para la humanidad. Desde su escaño en las cortes francesas, el eminente científico luchó con todas sus fuerzas contra el desarrollo del ferrocarril, utilizando para ello argumentos de supuesto rigor científico. Entre las razones aducidas, una de las más llamativas era la afirmación de que el efecto de la presión sobre el cuerpo humano, circulando a más de 50 km/h, tendría tales efectos que produciría el aplastamiento de las vísceras, con efectos funestos para los viajeros. Asimismo, profetizó que la rápida traslación de los viajeros de un clima a otro, por ejemplo, entre la cálida Costa Azul y los Alpes, afectaría fatalmente a las vías respiratorias. Por su parte, los movimientos de trepidación de los trenes a su paso por las juntas de los carriles, favorecerían el desarrollo de enfermedades nerviosas, afecciones histéricas, síntomas epilépticos y el propio baile de San Vito, mientras que la fugaz sucesión de imágenes provocarían de forma instantánea, graves inflamaciones en la retina.

1 comentario:

  1. Me recuerda lo que se escribe con rigor o no sobre las antenas de la telefonía movil actual.

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